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El mes de noviembre de 1985 será recordado en la historia colombiana por la cantidad de fallecidos registrados en la fecha. A pocos días de la toma al Palacio de Justicia, el volcán Nevado del Ruiz hace erupción y una avalancha de lodo, tierra y escombros sacude por segunda vez en menos de un mes al país. Cuando se cumplen 30 años de la tragedia de Armero, Humberto González Iregui, profesor de la Facultad de Minas y exfuncionario de Ingeominas a cargo de la atención de la tragedia relata cómo fue atendida.

 

La noche del 13 de noviembre el profesor González Iregui estaba viendo el partido que se jugaba entre el Atlético Nacional y Millonarios cuando recibió la noticia de que el volcán Nevado del Ruíz había hecho erupción y amenazaba con destruir las poblaciones aledañas a él. De inmediato, comenzó una serie de reuniones que se extenderían por seis meses más, entre la atención a la tragedia y las consecuencias de la misma.

El profesor González estaba encargado desde ese momento de aclarar los rumores que afirmaban que este episodio ya estaba advertido y que no se habían tomado las medidas necesarias para mitigar los alcances de la erupción.

 

No fue falta de información

 

Cómo cuenta el profesor, en diciembre de 1984  el volcán había  comenzado a dar  señales de que estaba entrando en un nuevo periodo de actividad. Impulsados por esto, la comunidad del departamento de Caldas, acompañados por una parte del servicio geológico colombiano hicieron un llamado a las Naciones Unidas para que interviniera: “se acudió a las Naciones Unidas en marzo de 1985 y ellos mandaron una comisión de la dependencia encargada de la prevención y atención a desastres”. Esta comisión de la UNISDR (Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres) hace en su momento una serie de recomendaciones basada en los informes recibidos sobre la actividad registrada en el mes de diciembre y  sobre lo que pudieron observar.

 

Se sugiere, asegura el profesor, hacer un monitoreo constante de la actividad del volcán “en Manizales había un comité de (llamémoslo así) amigos del volcán, que estaba conformado por particulares y académicos que siempre han estado interesados en su comportamiento, pero la obligación de las medidas que se debían tomar recaía sobre una entidad del Estado que tuviera la capacidad financiera que pudiera responder a las recomendaciones hechas”.

 

Dentro de las indicaciones, se proponía la instalación de sismógrafos alrededor del Nevado del Ruiz, esta instalación que sólo se pudo hacer hasta junio de ese año tenía, entre otras desventajas, que los equipos eran análogos “esto no permitía que se hiciera un registro detallado de la actividad del volcán, debía haber alguien que fuera todos los días a cambiar el papel registrador a cada uno de los dispositivos, y no siempre había alguien disponible, así que el seguimiento no fue continuo” asegura el profesor.

 

Bajo este esquema se estuvo realizando el monitoreo a las actividades del volcán en conjunto con la Universidad de Caldas y la Central Hidroeléctrica de Caldas (CHEC). Sin embargo a principios del mes de septiembre, un acontecimiento agudiza la advertencia que el volcán ya había generado meses atrás “en septiembre se presenta una explosión y hay una erupción de cenizas relativamente grande que se acumula a los alrededores de Manizales, eso comienza a generar alarma sobre todo en la comunidad de Caldas” relata el geólogo.

 

Producto de esa erupción, el Ministerio de Minas hace un llamado a las entidades encargadas para tomar decisiones y conocer qué estaba pasando. En esta reunión se crea un grupo de trabajo para estudiar en detalle la amenaza potencial que representaba el volcán Nevado del Ruiz y es allí donde el profesor González Iregui comienza a hacer parte de este capítulo de la historia de Colombia “se crea ese grupo de trabajo e Ingeominas encarga a la oficina regional de Medellín de hacer ese estudio”.

 

El diagnóstico

 

A partir de ese momento, González Iregui y su grupo de trabajo crearon un cronograma de actividades para presentar un mapa de amenaza potencial “en ese momento, equivocadamente lo llamamos un mapa de riesgo, ahora podemos establecer que fue un mapa de amenaza potencial frente a lo que estaba pasando en el Ruíz, y nos comprometemos que en el término de un mes entregábamos un mapa preliminar del riesgo presente”.

 

Con el mapa como base, se generaron unos grupos de trabajo que tenían como objetivo dar a conocer la amenaza “estos grupos tenían la tarea no sólo de avisar sino de educar, de divulgar y traducir la información para que todas las personas entendieran lo que estaba pasando en su entorno y fijar unos protocolos de evacuación”.

 

En el mapa se mostraban unas zonas críticas alrededor de Armero, Honda y Chinchiná “con base en esto la Cruz Roja y la Defensa Civil, comienzan a participar en los programas de divulgación de análisis de lo que estaba pasando y dar a conocer a la ciudadanía lo que podía pasar”.

 

Simultaneo a este trabajo, el grupo técnico conformado por la sede regional de Ingeominas en Medellín acompañada por la Universidad de Caldas, la CHEC y un grupo de particulares, se encargaban de producir un mapa mucho más detallado, esto con el apoyo económico de la gobernación del departamento de Caldas.

 

Como cuenta el profesor “habíamos planeado presentar este mapa el 9 de noviembre, sin embargo, por los hechos del Palacio de Justicia consideramos que el trabajo no tendría la suficiente atención y podía ser tomado como un tema de segundo plano, así que organizamos todo para presentar el mapa a mediados de ese mes”.

 

Una semana después del asalto a la casa de justicia y cuando muchos colombianos no entendían lo que estaba pasando, el volcán Nevado del Ruíz que ya había dado avisos de su actividad, hizo erupción.

 

Una brecha en el lenguaje

 

Un registro de casi 20 mil personas muertas y una cantidad incalculable de pérdidas materiales hacen de esta la tragedia natural más grande hasta ahora de la historia nacional. Muchas de estas vidas pudieron salvarse según el profesor González “le dijimos a la población que, en caso de que pasara algo, no se dirigiera al parque principal, y era muy triste ver las imágenes de las personas que caminaban en esa dirección”.

 

Según el profesor, el abismo existente entre los lenguajes técnicos y la población a la que debía llegar el mensaje es determinante a la hora de evaluar las razones que explican la magnitud de las pérdidas producto de la avalancha. Humberto González asegura que el mensaje no fue emitido de la mejor manera,  “no es hora de entrar a juzgar, pero creo que la prensa no le dio la importancia que merecía el evento o no supo transmitir adecuadamente el mensaje”.

 

El profesor señala que, en teoría, la población debía estar preparada para atender este fenómeno “tenían las herramientas, pero de nada sirven si estas herramientas no son transmitidas de la manera correcta, es evidente el abismo en la manera de comunicar, es determinante el lenguaje para que las pérdidas no sean tan grandes, hoy en día este es un asunto que no se ha mejorado”.

 

En la cabeza de Humberto Gonzáles quedaron, como él cuenta, las imágenes del sobrevuelo realizado días después de la tragedia de Armero “yo lo sigo viendo todos los días, en mi mente, en mis sueños como pesadillas, es algo que no se me borra”. El profesor opina que es difícil que un evento de la misma magnitud se presente de nuevo en el país, sin embargo no descarta que desastres naturales que puedan presentarse en el futuro puedan tener mayores consecuencias producto de un mensaje mal transmitido.

 

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