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Por: Estephany Pérez Echeverri. Estudiante de séptimo semestre de Ingeniería Administrativa, de la Facultad de Minas de la Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín. Integrante de la coral Crescendo al Sole del municipio de La Ceja entre 2016 y 2021 y vocalista del grupo Minas Fusion Band de la Universidad Nacional.

 

La música ha estado ligada a las sociedades desde tiempos remotos, representando y transmitiendo los diferentes saberes y sentimientos por medio del arte, partiendo del instrumento primigenio para la creación de los sonidos, nuestro propio cuerpo y voz. En la actualidad, la música se ha convertido en un producto cultural sujeto a nociones económicas y, si bien podría creerse en primera instancia que el único producto de la industria musical es, valga la redundancia, la música, no sería completamente correcto puesto que el artista se ha convertido en un producto más: la apariencia, el espectáculo, el vestuario, la coreografía, los patrocinios y las campañas con su imagen. No obstante, si miramos con mayor detalle, las exigencias para los artistas pueden ser significativamente diferentes en función de su género.

 

Para comenzar consideremos que, al pensar en los niveles de representación femenina en la industria musical, es posible que muchas artistas femeninas pasen por nuestra mente y el éxito de ellas puede llevar a creer que no existe un problema en este respecto y esta industria está al día en temas de paridad en la representación; sin embargo, no sería una impresión acertada. De acuerdo con Quiñones (2019), según cifras recopiladas por diversas organizaciones y medios, las mujeres representan alrededor de un 30% en la industria. Sin contar con las enormes brechas de representación en festivales y premiaciones.

 

Del mismo modo en que el machismo persiste en la sociedad con sus consecuentes violencias y desigualdades, lo hace en la industria de la música, la cual perpetúa los estereotipos y comportamientos sexistas, las violencias basadas en género, las brechas en la representación, los salarios y las oportunidades desiguales para las mujeres. Es importante cuestionar, entonces, hasta qué punto la música influye en la sociedad o, si en su lugar, es un reflejo y consecuencia de ideas ya instauradas y normalizadas en el pensamiento colectivo. Como se puede intuir, las barreras que perciben las mujeres en esta industria son bastantes y diversas, hay tanta tela por cortar; no obstante, me propongo enfocarme en las exigencias que se suelen imponer sobre las artistas femeninas, y los estereotipos y patrones fuertemente arraigados.

 

Por un lado, tenemos el tema de la vigencia en la industria, ¿cuántos años podrán brillar las artistas en los reflectores? La edad y la apariencia son dos importantes factores (que no son exclusivos de la industria musical, puesto que se observan similarmente en el mundo del entretenimiento) que opacan incluso su talento, por los cuales se ven obligadas en muchos casos a realizar grandes esfuerzos con el fin de cumplir estándares estéticos imposibles, mayormente orientados a satisfacer preferencias masculinas, por lo que su imagen es constantemente sexualizada. Considero importante mencionar el peligroso mensaje que se transmite, por medio de estos requisitos, a las demás mujeres y los posibles impactos negativos que pueden acarrear en la percepción de su imagen, incluyendo los trastornos alimenticios por este interés de replicar cánones que destruyen más de lo que aportan para la aceptación de la diversidad.

 

No es sorpresa, además, que en esta industria se repitan patrones comunes a muchas otras, donde las mujeres se han visto históricamente excluidas de los rangos de poder. No solo se evidencia una segregación vertical en la cual las mujeres no acceden de igual manera a los rangos más altos de poder, sino también una segregación horizontal en la que se evidencia una participación muy reducida en las áreas que se consideran que son “trabajo de hombres”, como la ingeniería de sonido, los roles de composición, producción, edición, entre otros.

 

De acuerdo con la asociación MiM (Mujeres en la Industria Musical), en 2021 en España las empresas de este sector a cargo de mujeres constituían solo un 37%, que se reducía al 14% al considerar las discográficas independientes (Prats, 2021), similarmente ocurre en Estados Unidos, con un 15% de discográficas de propiedad mayoritaria de mujeres (Quiñones, 2019), y como es de suponer, esto conlleva implicaciones directas en los salarios. Por supuesto, hay factores que acentúan las enormes brechas de representación en la industria musical, consideremos por ejemplo que “únicamente el 2.7% de mujeres negras dentro las 12 organizaciones musicales más importantes en Reino Unido forman parte del consejo ejecutivo” (SonoSuite, 2022).

 

Adicionalmente, es importante considerar la cantidad de denuncias de los abusos y formas de violencia a las que son expuestas las mujeres que se desenvuelven en este medio, por parte de sus productores o representantes, tomando ventaja de sus posiciones de poder. Como bien expresa Caroline Criado (2021) “cada vez es más difícil escapar de la realidad de que es rara la industria en la que el acoso sexual no es un problema”, quien a su vez menciona que los espacios laborales que son dominados por hombres, como sucede en la industria musical, son más propicios para que se presenten situaciones de acoso sexual.

 

Por medio de su música y un poco de sátira, Dove Cameron usó el video musical de su canción “Breakfast” para realizar críticas a los estereotipos de género, invirtiendo los papeles de hombres y mujeres, tocando temas muy serios como el acoso laboral, abuso sexual en una relación de poder y revictimización. Si bien la letra de la canción no habla de estos temas, el video es una crítica muy fuerte. Es algo bastante significativo cómo la música se convierte en una herramienta de denuncia de problemáticas tan graves y, por desgracia, tan comunes. “Quería mostrarle a la gente lo ridículas que son estas situaciones y lo dañino, limitante, atrapante y denigrante que se siente ser mujer todos los días" (Irvin, 2022) dijo la artista en una entrevista para la revista People.

 

Volviendo a las exigencias particulares que pueden percibir las mujeres en la industria, está el cuestionamiento constante de sus méritos y la necesidad de probar que pueden hacer su trabajo tan bien como su contraparte masculina, especialmente en los roles que se han considerado masculinos, como mencionaba anteriormente. Frente a este respecto me sorprendió percatarme (porque de algún modo ya lo sabía, pero no lo había expresado en palabras) que, de hecho, hay instrumentos considerados masculinos, como la batería o la guitarra eléctrica, donde se replican estas exigencias para las intérpretes. Por si fuera poco, estoy segura de que todos hemos escuchado, no solo en el ámbito musical, la manera en la que en muchas ocasiones se adjudica la fama y logros femeninos a favores sexuales, desmeritando sus capacidades y esfuerzo.

 

Desde la infancia he tenido una enorme fascinación por la música que me ha llevado a aprender a cantar y tocar algunos instrumentos, por lo que a mis 13 años me proyectaba a futuro como una famosa cantante. Fue entonces cuando, en varias ocasiones, opacaron mis sueños al decirme que en la música lo importante no es el talento, sino la apariencia y “lo que estés dispuesta a hacer para escalar”. No recuerdo las palabras exactas, pero sí recuerdo haber entendido la insinuación implícita, además de las reiteradas veces que me hicieron saber que la industria musical es un espacio muy turbio para las mujeres y que los productores y representantes generalmente se propasan con sus artistas.

 

En relación con este tema, la artista americana Taylor Swift tiene una canción llamada “The Man” en la cual, con su video y letra, hace una crítica al sexismo que acompaña el crecimiento profesional, al trabajo adicional que deben hacer las mujeres para llegar a una misma meta y para probar que lo merecen. Uno de los fragmentos traducidos de la canción, que viene a mi mente con fuerza, dice que si fuera un hombre:

 

“Ellos dirían que me apresuré, me puse a trabajar

No menearían sus cabezas, ni se preguntarían cuánto de esto merezco

Lo que llevaba puesto, si fui grosera

Podría ser separado de mis buenas ideas y movimientos de poder”

(Swift & Little, 2019, traducción propia)

 

Por si fueran pocas las exigencias que se les hacen a las artistas para probar su valía, talento y mérito, hay una necesidad del medio de comparar a las mujeres que se hacen un nombre en esta industria; “definitivamente, la comparación es la mejor arma que posee el machismo para que las mujeres no peleen en su contra, pues se dedican a pelear entre ellas” (Rubio, 2022). Curiosamente, como todos los aspectos aquí abarcados, no es exclusivo de la industria musical este afán por destruir los lazos entre las mujeres, recordemos que durante la cacería de brujas se hizo un gran esfuerzo por socavar los lazos de amistad entre las mujeres, que eran mal vistos y, por ello, motivos de persecución (Federici, 2011) y parece una tendencia que se quiere perpetuar con dichos como “el peor enemigo de una mujer es otra mujer”.

 

Es claro que hay muchísimas barreras que las mujeres deben enfrentar en la industria musical, siendo las mencionadas solo una fracción de la problemática. Sin embargo, no soy pesimista en mis perspectivas a futuro, pues la música es una gran herramienta para enviar mensajes importantes de empoderamiento, protesta, sororidad y para visibilizar las problemáticas que hay arraigadas con fuerza en esta industria y en la sociedad en general.

 

Referencias bibliográficas

 

  • Criado, C. (2021). La mujer invisible. Cómo los datos configuran un mundo hecho por y para los hombres.

 

  • Federici, S. (2011). Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria. - 1a ed. Buenos Aires: Tinta Limón, 2010.

 

 

 

 

 

 

  • Swift & Little. (2019). The Man [Canción] (traducción). En Lover. Republic Records.