Escudo de la República de Colombia Escudo de la República de Colombia

Por: Catherin Patiño Restrepo, estudiante de Ingeniería de Sistemas e Informática, Facultad de Minas, Universidad Nacional de Colombia. 

 

Ser una mujer mestiza en una ciudad medio burgués, con acceso a la educación, de clase media, sin enfrentar ninguna clase de acoso o discriminación de nivel grave en su entorno te hace pensar que: “Lo tiene todo”.Ahora bien,imagínese en una competencia en la que, a medida que usted avanza, se encontrará con una serie de retos y a su par tendrá a otro competidor. Su objetivo es llegar primero a la meta mientras una multitud indica qué retos debe hacer o no cada participante.

Al llegar al primer reto, usted tiene la posibilidad de experimentar armando figuras con fichas de Lego. La multitud le ordena que no haga ese reto y siga con el recorrido. Por el contrario, a su contrincante lo obligan a experimentar con esas fichas. De momento, parecerá no importarle y continuará con su camino. 

Cuando llega al segundo reto, a ambos participantes los obligan encontrar la forma que se genera, dada la figura 1, entre las posibles opciones (ver figura 2). Para usted, que no tuvo ningún acercamiento con los bloques, en el primer reto, representará una gran desventaja respecto a su competidor.

 

 

Ahora bien, considere el hecho de que desea entrar a una universidad pública y para ello debe presentar una prueba de admisión. Desde su perspectiva, considera que tal prueba pondrá en evidencia sus conocimientos y que está en igualdad de condiciones para ingresar o no a la universidad que el resto de aspirantes. Al momento de obtener los resultados de la prueba, se entera que no logra ingresar y considera que sus conocimientos no son buenos.

 

Tome el ejemplo anterior y piense: ¿Por qué algunos pasan y otros no? Sabiendo que a todos y todas nos enseñan lo mismo. Probablemente, su primer pensamiento se remonte al hecho de que hay personas que son más inteligentes que otras (lo cual es verdad en casos excepcionales) pero no notará que, entre hombres y mujeres, personas de clase baja, media y alta, mestizos y afrodescendiente, no se recibe la misma educación. Esto porque, si se considera el primer ejemplo, a las mujeres se les impulsa el desarrollo de ciertas habilidades como: el cuidado, la estética y el aseo; mientras que a los hombres: la competencia, la motricidad y la osadía. Estás habilidades preparan de diferentes maneras el cerebro y generan ventajas en diferentes aspectos los unos/as de los otros/as.

 

Las universidades, y más las públicas, profesan fervientemente que son abiertas y accesibles para toda la comunidad. Sin embargo, hoy varias personas se preguntan si sus pruebas de admisión son verdaderamente meritocráticas e igualitarias. Para ello, en el Boletín del Observatorio de Asuntos de Género de 2018 de la Universidad Nacional de Colombia, se publicaron los resultados de una investigación en la que se analiza la información del número de personas admitidas respecto a personas aspirantes, y se encontró que, para el periodo de  2010-2 a 2017-1, en áreas de análisis de imagen y matemáticas, el desempeño de las mujeres suele ser muy desigual respecto a los hombres y tal desempeño está ligado con los ordenamientos de género que, desde la crianza inicial, favorecen el desempeño de los hombres en áreas socialmente más reconocidas (Quintero & Caro, 2018).

 

Como experiencia, siempre había pensado que entrar a la universidad había sido uno de mis mayores logros, donde la suerte jugó a mi favor. Tal suerte estaba asociada a mis conocimientos, puesto que no me consideraba lo suficientemente capaz para ingresar y difícilmente confiaba en mí, reforzando así el “síndrome de la impostora”; el cual hace sentir a la persona que lo padece que es incapaz de aceptar lo que ha obtenido como fruto de su trabajo (Santander Universidades, 2022). Hoy, la frase de: “la suerte jugó a mi favor” tiene una connotación diferente. Ahora no veo mis conocimientos como un problema sino a la formación académica y a la prueba de admisión.

 

Por otro lado, en su momento, mi síndrome de la impostora tomó más fuerza cuando realicé una comparación respecto al puntaje de admisión con algunos compañeros de la carrera. En esta dinámica, logré notar el sentimiento de superioridad y competencia de género que logran sentir mis compañeros al momento de mencionar su calificación obtenida, donde cabe resaltar que en mi programa (Ingeniería en sistemas e informática) el porcentaje de participación femenina no supera el 9%. En cada comparación, la diferencia era superior a 100 puntos y sin duda alguna no pude evitar pensar que verdaderamente me faltaba mucho para estar al nivel de mis compañeros. 

 

Es evidente que existe una desventaja competitiva de las mujeres respecto a los hombres para el ingreso a la universidad. En principio, no es generada únicamente desde la universidad, sino también desde un aspecto social, como lo es la crianza. Cabe resaltar que esta desventaja se ha normalizado hasta el punto de reconocerse como falta de capacidades de las mujeres en esas áreas, en lugar de reconocerse como una brecha de género. Pero, usted se ha preguntado:

 

 

Según el estudio realizado por Quintero & Caro en el 2018: “Las tasas brutas de absorción indican que las mujeres pobres, a pesar de presentarse en mayor cantidad a la Universidad, tienen menores probabilidades de ingreso” o considerando a las poblaciones afrodescendientes, las comunidades indígenas, los mejores bachilleres de municipios pobres y el programa PEAMA sus tasas de absorción no llegan ni el 22% (Quintero & Caro, 2018) y en el caso de las mujeres, en estas poblaciones, no supera el 16% (Quintero & Caro, 2018).

Es por ello que el problema no es únicamente un asunto de género sino de diversos factores como la etnia, el estrato socio-económico, la pertenencia geográfica y otros que influyen directamente en el ingreso a la educación. Probablemente, desde los “privilegios”, solo hasta el son de hoy se logré entender por qué entrar a una universidad pública es tan difícil para la mayoría de la población. Esta dificultad está relacionada con el diseño de la prueba, que replica la situación de tener una moneda “cargada” en estadística, la cual genera una mayor probabilidad de ingreso respecto a condiciones sociales, económicas y culturales que tenga el/la aspirante y deja en evidencia que la prueba de admisión refuerza las brechas sociales. 

 

 En mi estancia por la universidad, tuve la oportunidad de enterarme de la Beca Elisa, que otorga un incentivo económico a tres mujeres destacadas académicamente que estén en carreras con poca participación femenina. En su momento no sabía muy bien por qué el hecho de ser mujer y que me vaya bien académicamente debería tener una exaltación especial. Sin embargo, entre más entiendo las diferentes formas en las cuales puede generarse las brechas (y no solo de género) cobra demasiado sentido el porqué de la beca, mediante la cual se cruzan dos variables importantes para pensar la equidad,como son el género y el estrato socioeconómico de las estudiantes, lo que evidencia una acción afirmativa que pretende cerrar una brecha de género.

El hecho de ingresar a un programa académico no es la única barrera que se vive al interior de la universidad, el mayor reto es permanecer a lo largo de la carrera. Simplemente considere el hecho de vivir en un mundo diseñado para gigantes cuando su estatura no sobrepasa 1.50m, pasa lo mismo en la educación. Retomando la idea de la prueba de admisión, esta hace un primer filtro de exclusión eliminando gran parte de la población y posibilitando que “los mismos” pasen siempre. Aquellos casos atípicos que logran acceder, empiezan a sentir que quizás no encajan en ese lugar. Por ejemplo, hay chicos/as que se sienten abrumados en su primer semestre porque la universidad considera que todos saben lo mismo (tema que ya se ha tocado y se sabe que no es así), otros consideran que no están plenamente representados mencionado la frase: “soy la única/o” + [Mujer, Afrodescendiente, Indígena, …] + ”en mi clase” y de manera implícita genera inseguridades entre ellos. Para lo anterior, se deben consolidar programas al interior de la universidad que promuevan los espacios de esparcimiento en donde las minorías se sientan incluidas dentro de esta y continuar con la generación espacios académicos como lo son los grupos de estudio autónomo (GEA).

 

Piense en un momento en su árbol genealógico y pregúntese: ¿Su abuela fue a la universidad? ¿Su madre? ¿Sus tías, hermanas, primas? ahora ¿Por qué no han ido a la universidad? Quizás para ellas su primer pensamiento es: “no quise/pude seguir estudiando” sin embargo, es posible que para ellas nunca fue una opción seguir con sus estudios, ya que como se ha mencionado, el simple hecho de ingresar a la universidad es un gran reto para las mujeres y a eso añada la responsabilidad del cuidado de un hogar. Acciones que para su abuelo, padre, tíos o hermanos seguramente no han de ser un obstáculo. Tal ejemplo, es una brecha de género (disparidad entre hombres y mujeres en cuanto a derechos, recursos u oportunidades) en el acceso a la educación. 

 

En definitiva, se puede evidenciar como un proceso que pretende ser libre de sesgos e inclusivo, quizá carece de una mirada interseccional y que difícilmente cumple su objetivo. Es por ello, que una propuesta para disminuir el problema existente en las universidades puede ser, generar una prueba por cada programa académico ofertado en el cual se evalúan ciertas capacidades inherentes de la persona que sean necesarias para ese programa y generar un proceso posterior a la prueba de admisión.

Para este último punto, al reconocer que no todos los aspirantes están en igualdad de conocimientos, puede llevar a comprender que la universidad tiene una responsabilidad en el asunto. Por ello, para las personas que no logren ingresar inmediatamente con la prueba, se pueda ingresar a un programa en el cual se realice una formación de las habilidades y mediante el cual se identifiquen y se trabaje en las falencias que el aspirante tiene. Con ello, se pretende que la idea de “a todos les enseñan lo mismo” se acerque un poco más a ser verdadera.

Finalmente, la invitación es a que se pregunte siempre (en plural): 

¿Lo tenemos todo, todas y todos? 

 

Referencias bibliográficas

 

  • Criado, C. (2020). La mujer invisible: Descubre cómo los datos configuran un mundo hecho por y para los hombres. Seix Barral.