Escudo de la República de Colombia Escudo de la República de Colombia

Por: Valeria Bedoya Jaramillo, estudiante de Ingeniería química, Facultad de Minas, Universidad Nacional de Colombia.

 

“La indiferencia del mundo, que Keats, Flaubert y otros han encontrado tan difícil de soportar, en el caso de la mujer no era indiferencia, sino hostilidad. El mundo no le decía a ella como les decía a ellos: <<Escribe si quieres; a mí no me importa nada>>. El mundo le decía con una risotada: << ¿Escribir? ¿Para qué quieres tú escribir?>>.” 

-Virginia Woolf. Una habitación propia (1928). 

 

Ya en 1928, apenas 10 años después de que se hubiese legalizado el voto femenino en Inglaterra, Virginia Woolf hablaba del tema de “las mujeres y la literatura” en el ciclo de conferencias que daría pie al nacimiento del reconocido ensayo: Una habitación propia. Y precisamente este texto de Woolf ha sido referente del movimiento feminista; y denuncia, desde hace casi cien años, la omisión y exclusión sistemática de las mujeres del campo literario. Aunque ella no tenía como saberlo entonces, la inconformidad de esta escritora europea se ha visto reflejada años después también en el panorama latinoamericano.

Particularmente, se ha destacado la ausencia de mujeres escritoras en el movimiento literario más importante del continente: “El boom latinoamericano”, cuyos representantes son todos figuras masculinas. El debate alrededor de la ausencia de mujeres en el boom representa un contraste frente a lo sucedido en las décadas posteriores al movimiento, y particularmente en la actualidad, donde la representación femenina en el campo literario va en aumento, y donde han cambiado tanto las temáticas como los puntos de enunciación que caracterizan la producción literaria de Latinoamérica. A la luz de estos sucesos, que tienen en común las mujeres y la literatura, surgen varias preguntas al/la lector/a  

 

Ilustración 1. Virginia Woolf

 

  • ¿Qué mujeres hicieron parte del mundo literario en la época del boom latinoamericano y por qué sus nombres no han sido visibilizados?  
  • ¿Qué visión del mundo tenían las mujeres latinoamericanas de entonces?  
  • ¿Qué ha cambiado en las últimas décadas en el panorama literario latinoamericano y quiénes escriben las historias que dan voz al continente?  

 

Como lo han retratado múltiples autoras, las mujeres han sido tradicionalmente excluidas del mundo intelectual y el campo de la creación artística. Desde los inicios de la sociedad moderna, los grupos de intelectuales más famosos del mundo han enunciado su posición desde una mirada masculina de la sociedad y la época que habitan. El boom latinoamericano no fue la excepción: durante casi dos décadas (entre 1958 y 1974), un grupo de hombres latinos convirtieron a la ciudad de Barcelona en el epicentro de una literatura que puso en el foco del mundo entero diversos elementos de la cultura latinoamericana. En su momento, dicha producción literaria fue presentada al mundo como una literatura que buscó darle voz e identidad a un continente olvidado, plasmando en las obras canon del movimiento la realidad de un lado del mundo desigual, violento, periférico. Las novelas de la época recorrieron el mundo llevando a lectores curiosos una visión fantástica de América Latina, que terminó por convertirse en un mito condensado en el tan aclamado “realismo mágico”. A través de esta corriente literaria se narró la historia posterior a la revolución cubana, y los procesos de transformación incipientes del continente, que para entonces vivía un momento convulso a nivel político. La literatura que cruzó las fronteras, escrita toda desde un punto de enunciación masculino, fungió como elemento político y cultural, y buscó configurar una identidad latinoamericana que condensara el espíritu ideológico de la época. Se dice que las novelas escritas entonces resonaron en todos los jóvenes latinoamericanos que por entonces se encontraban comprometidos con las causas sociales del continente, y que se identificaban con un mismo proyecto colectivo de transformación social (Waldman, 2016). En el afán de narrar la identidad latinoamericana, el grupo del boom no pudo huir de las raíces profundamente patriarcales del continente. Para entonces la construcción social de la identidad femenina había dejado a las mujeres relegadas al hogar y a las labores de cuidado, excluyéndolas de manera sistemática de ese proyecto colectivo de continente que relataban las utopías de los escritores.

 

Ilustración 2. Sobre de primer día de servicio de las estampillas de correos conmemorativas de los derechos políticos de la mujer, julio 20 de 1962.

En Colombia, apenas se aprobaba el sufragio femenino justo en los años en los que el boom empezaba a tomar fuerza. Con todo su discurso político emergente, y su mirada crítica de América Latina, nadie se sorprendió por entonces de que no hubiera mujeres representando el movimiento. Como diría años después la escritora española Rosa Montero en su ciclo de conferencias Eso queda del Boom: “Y, ¿sabéis qué? Ahora es cuando me asombro de que no hubiera mujeres; entonces, a mis dieciocho años, ni me daba cuenta. Estaba acostumbrada a esa visión mutilada del mundo” (Reyes A, 2015). Al alejar a las mujeres de la vida política, se les negó también el derecho a ser consideradas como figuras de autoridad en el mundo intelectual, dejando en segundo plano su visión del continente y su experiencia personal, que no fue incluida en la identidad latinoamericana construida entonces en el boom. 

Pero, ¿quiénes eran las mujeres que escribían entonces? ¿Sobre qué escribían? ¿Acaso fue su calidad literaria lo que les impidió pertenecer al círculo de intelectuales que escribió “la historia real” del continente?: El panorama es amplio, y si brillaron por su ausencia no fue por falta de talento o capacidad creativa. Al igual que en la Inglaterra de Jane Austen y las Hermanas Brontë, existieron mujeres que transcendieron el “deber ser” de la época, y que compartieron momento histórico, aunque no reconocimiento ni oportunidades con los escritores del boom. Entre ellas, las mexicanas Rosario Castellanos y Elena Garro, la uruguaya Cristina Peri Rossi, la colombiana Albalucía Ángel y la ucraniana-brasileña Clarice Lispector, sin ser esta una lista exhaustiva de las mujeres que dedicaron su vida al oficio literario en los tiempos del boom.

 

Queda claro entonces que la falta de nombres de mujeres en el movimiento no responde a una ausencia de escritoras durante aquellos años. Sin embargo, ninguna de ellas recibió entonces el reconocimiento que merecía, y solo con algunas de ellas la historia se ha reivindicado con el pasar de los años. Su temática literaria es fascinante, y una primera exploración de sus figuras permite al lector adentrarse en un mundo de mujeres adelantadas a su época, con una visión del mundo que sin duda hacía parte de la identidad latinoamericana de la que tanto se habló entonces. 

Además, la historia muestra la conciencia que tenían la mayoría de ellas sobre su rol de mujeres, y la incidencia del género en su oficio (Reyes A, 2015). Las sensibilidades de las autoras les permitieron abordar temas que escaparon al alcance de las novelas canon del movimiento: Rosario Castellanos exploró en Balún Canán la cosmovisión indígena mexicana, y la lucha de los pueblos indígenas por ser considerados sujetos de derechos luego del desmoronamiento de

la sociedad colonial, narrando con maestría elementos concretos de la historia de su país como las reformas laborales, el papel del estado y las guerras civiles; Elena Garro enmarcó su obra en temáticas tan diversas como la marginación de la mujer y la libertad femenina, hasta el abordaje de diferentes sucesos políticos e históricos que le merecieron algunas menciones tardías como “precursora del realismo mágico” en el mundo de la crítica literaria, a pesar de que su trascendencia sigue siendo mínima si se compara con el reconocimiento que han recibido sus contemporáneos masculinos; por otro lado está Clarice Lispector, que es tal vez una de las figuras que mejor explora la identidad tan aclamada en el boom,

pero desde un punto de vista femenino, y cuyo estilo narrativo caracterizado por una inundación sensorial fue majestuoso, pero nunca terminó por encajar en lo que esperaban las editoriales de una mujer que se dedicara al oficio de escribir.

Ilustración 3 Clarice Lispector por Maureen Bisilliat em agosto de 1969 Acervo IMS

 

 

Cristina Peri Rossi se destaca también por su exploración al concepto de la identidad femenina, además de su crítica inteligente a las dictaturas latinoamericanas, y a su representación de las mujeres y los exiliados, ambos grupos marginados que los que hace parte. Como mención especial en el caso Colombia se resalta a Albalucía Ángel, que ha explorado temas tan diversos y complejos como la historia de la violencia en Colombia, el feminismo y la misma exclusión sistemática hacia sus contemporáneas en la literatura del continente. Su conciencia de género les permitió a muchas de ellas hacer activismo político y luchar por la reivindicación de los derechos de la mujer, además de cuestionar desde sus textos el rol socialmente asignado a las mujeres latinoamericanas (Reyes A, 2015). Rosario Castellanos incluso incursionó en la política, siendo embajadora de su propio país. En términos de calidad literaria, la capacidad creativa de este grupo de mujeres fue tan poderosa como la ostentada por García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar, y las demás figuras del boom. Desde su sentir y experiencia personal, experimentaron con técnicas narrativas complejas, narraron dominando la temporalidad del relato a su antojo, denunciaron la situación social y política del continente; en pocas palabras, tuvieron lo necesario para hacer parte del movimiento, además de un estilo personal y una visión del mundo fuertemente marcada por la experiencia de ser mujer en América Latina. En conclusión, la identidad latinoamericana que los autores del boom vendieron al mundo fue víctima de un gran sesgo de género. El canon literario de la época no se interesó por el concepto de identidad explorado por las mujeres de entonces, no solo desde su perspectiva de mujeres, sino también de exiliadas, de sujetos políticos, y de ciudadanas de un continente en construcción. Como manifiesta Montero, y muy a pesar del discurso de García Márquez en el recibimiento del Nobel en defensa de la cultura latinoamericana, el boom vendió al mundo entero una imagen mutilada del continente, al privarse de las voces de las mujeres que lo habitaron.

 

Ilustración 4. Carmen Balcells en 1893 por Elisa Cabot
Sin embargo, las mujeres invisibilizadas por el boom no fueron solo las escritoras. Como se aventuró a decir alguien hace algunos años en un evento conmemorativo a los 50 años del movimiento: “El Boom fue siempre un club donde no se admitían mujeres. En realidad, sí se permitían, pero como esposas, agentes literarias, lectoras, estudiosas, groupies o secretarias” (Reyes A, 2015). A pesar de la omisión de este nombre en la historia, hay una mujer sin la que el boom no podría haber existido: Carmen Balcells, la agente literaria de los latinos que alcanzaron el éxito en ese entonces desde Barcelona. Fue ella quien realmente llevó sus libros al mundo, además de hacer el papel de amiga, consejera, casi madre del grupo de escritores que se autoexiliaron en Europa en los tiempos de mayor auge. Pese a todo esto, su nombre no se escucha con frecuencia al hablar del boom.

Por otro lado, están las esposas de los representantes del boom, que cuando no se dedicaron a la corrección o traducción literaria de las obras de sus maridos, entregaron su vida a cuidar el hogar y criar los hijos del matrimonio mientras sus esposos se dedicaban a explotar sus dotes literarios. Se destacan Aurora Bernárdez y Pilar Serrano de Donoso, casadas con Julio Cortázar y José Donoso respectivamente. La primera de ellas traductora, y la segunda escritora y pintora. A pesar de su talento, el ideal de mujer y esposa al que había que aspirar en la época las condenó a vivir bajo la sombra de los grandes escritores con quienes se casaron. Por otro lado, están las que se dedicaron a ser esposas de tiempo completo, sin descubrir nunca en sí mismas la capacidad creativa que pensaban que sólo había sido otorgada a sus maridos. Tanto Mercedes, la esposa de García Márquez; como Patricia, esposa de Vargas Llosa, vieron su vida pasar al servicio de la escritura de sus maridos. Ellos mismos en diversas entrevistas y en fragmentos de su correspondencia se muestran agradecidos con ellas por llevar toda la carga de la vida doméstica, y tal vez por falta de conciencia de género, dan a entender con sus palabras que se sienten complacidos de que ellas hayan aceptado poner sus deseos en un segundo plano, para dedicar la vida al ascenso de sus carreras literarias. “Es muy difícil hacer que la vida doméstica no irrumpa como un estruendo en el proceso creativo”, dice hoy alguna cronista del boom, que resalta lo conveniente que fue para los autores de entonces tener esposas que les evitaran tener que encargarse de los asuntos cotidianos de supervivencia.

 

Una vez pasado el boom, surgió una nueva generación de escritores que no se vio totalmente representada por la identidad latinoamericana que se había construido durante aquellos años de apogeo literario. Los nuevos escritores vivieron en un mundo en el que la línea entre el norte y el sur del continente se hacía cada vez más difusa. Muchos dejaron de interesarse en narrar a un público extranjero el exotismo del continente, abandonando parcialmente el legado del realismo mágico (Waldman, 2016).

Las nuevas corrientes se desligaron de la crítica política tradicional y de la necesidad de narrar desde lo colectivo. Apelaron a la vida cotidiana, la juventud de la clase media en las ciudades emergentes del continente, el rock, el cine. Al alejarse la corriente del canon, se permitió a las nuevas figuras literarias reconstruir la historia del continente desde miradas plurales y diversas. Fue allí donde empezaron a llegar las mujeres de todos los sectores, incluso aquellas que durante el boom no contaban con el nivel educativo requerido para tomar conciencia de la realidad política de la región.

Ellas, junto con representantes de otros grupos excluidos,narraron la universalidad de su experiencia personal desde la cotidianidad de sus propias historias. Sin embargo, años de desinterés y hostilidad hacia la literatura escrita por mujeres no desaparecieron por completo. Las obras emergentes fueron en múltiples ocasiones criticadas desde los prejuicios, y entraron en un grupo desprestigiado de “literatura lite’’ o “cosas de mujeres” (Salvador, 1995). El mismo Cortázar, tal vez en un lapsus que dejó entrever la cultura patriarcal de los hombres latinoamericanos, acuñó años antes el término Lector Hembra, para referirse a aquellos lectores pasivos y convencionales, que, de acuerdo con su perspectiva, no aceptaban retos literarios.

 

En esta nueva corriente, menospreciada por muchos por ser considerada de “baja calidad literaria” (prejuicio principalmente debido a que se creía que reunía mujeres hablando de temas de mujeres) fue realmente una reivindicación a las escritoras de la época. Se les permitió hablar desde el lugar de la individualidad, narrando temáticas tan diversas como diversas eran las mujeres que las escribieron. Se dio cabida a la introspección y a los sentimientos, allí las mujeres se permitieron cuestionar abiertamente los roles de género en la sociedad patriarcal hispana, y las propias condiciones y represiones a las que se vieron sometidas las autoras por el simple hecho de ser mujeres. Además, se les permitió explorar sus propias contradicciones, lo que deseaban ser y lo que se habían visto obligadas a ser por el mandato social de la época. Se habló entonces de si se estaba produciendo una ola de escritura feminista en el continente, debido a que se creía que las obras emergentes se dirigían a un público fundamentalmente femenino, no necesariamente ilustrado o intelectual, pero sí capaz de reconocerse en las nuevas miradas provistas de la experiencia femenina de las autoras mismas.   

 

Respecto a esto, dijo Marta Traba en 1984 que se tenía en el continente una nueva literatura cuyo lugar no estaba en contra de la literatura masculina… ni por encima o por debajo de ella, sino que “es una literatura diferente, es decir que su territorio ocupa un espacio diferente” (Salvador, 1995), refiriéndose con esto a los nuevos lugares de enunciación desde los que estaban escribiendo las mujeres de la época. Más allá de lo que significó esto en términos de representación de las mujeres como sujetos creadores en la literatura del continente, es importante también hablar de lo que significó para las mujeres que pudieron leer a esta nueva generación. Las que fueron llamadas por muchos “novelas lite”, abrieron a la mujer común de la época un mundo literario que se parecía al suyo propio, en el que podía identificarse y, por su misma familiaridad, sobre el que podía cuestionarse su propia identidad. Se resalta también que no todo fue crítica a la construcción social de la identidad femenina que predominaba por esa época. Por el contrario, surgió todo un universo narrativo a favor de la cotidianidad, de la narración de las experiencias personales y de su importancia en la vida de los seres humanos. Las mujeres, narrando desde sus propias historias, reivindicaron por ejemplo el papel de la ama de casa, su dedicación artística y cultural, sin romantizar su servicio al hogar y siempre cuestionando el “deber ser” impuesto por la sociedad de entonces. A las mujeres, tanto a las que escribieron como a las que leyeron, se les permitió la experiencia de personajes femeninos iguales a ellas, y distintos a ellas, enfrentados a sus mismas contradicciones, y narrados por quien conoce y ha recreado en carne propia la experiencia femenina. Las mujeres dejaron de ser las musas literarias que han creado los escritores por siglos. Se les permitió, como diría una autora contemporánea colombiana, “ejercer la mirada”. 

 

De esa época posterior al boom, donde la narrativa de las escritoras fue encasillada bajo el adjetivo de “cosas de mujeres”, diversidad de géneros han sido explorados por las autoras femeninas del continente. Aún hoy, siguen demostrando su destreza para la crítica social y la denuncia política a través de sus novelas, tal y como lo hicieron los grandes nombres (masculinos) del boom en su tiempo. La narrativa testimonial se ha abierto a toda clase de escritores, pero se ha vinculado fuertemente a la trayectoria de aquellos que han querido narrar la resistencia política de los movimientos sociales Latinoamericanos, o sus vivencias personales en grupos minoritarios que no incluyen solo a las mujeres, sino también a los autores indígenas, afro, pertenecientes al movimiento LGBTIQ+, y otros. El “yo” ha asaltado la literatura, y la voz íntima y personal es ahora valorada en escritores de género masculino y femenino (Waldman, 2016). Sin embargo, se reconoce que hay temas que no podrían haberse narrado como lo han hecho sin la presencia de una mirada femenina: la maternidad, el desapego, el cuerpo, han sido valientemente abordados por mujeres. En algunos géneros narrativos aún sigue sin ser bien vista su participación, como en la novela negra, donde aún se cree que las voces femeninas no tienen la suficiente fuerza para narrar los códigos de violencia y crimen que predominan en las historias. En general, “si para la literatura del boom uno de los grandes temas fue el de la identidad latinoamericana, la preocupación de los nuevos escritores del continente en la actualidad gira a través de micromundos relatados con brevedad, en torno al mundo de las identidades subjetivas, personales, intimistas, es decir, las que rondan el espacio privado” (Waldman, 2016). La voz de las mujeres ha sido solo un camino que desafía a los estándares hegemónicos de la literatura, permitiendo la entrada a ella de identidades diversas, no solo femeninas, sino también con otras visiones y perspectivas del mundo. 

En las últimas décadas, la escena literaria latinoamericana ha gozado de una gran cantidad de obras escritas por mujeres, muchas de ellas mujeres jóvenes, nacidas a finales del boom, entre 1970 y 1990. Muchos críticos han hablado incluso de un nuevo “boom de mujeres”, que marca una pauta en el proceso de acabar con la invisibilización que han sufrido las autoras latinoamericanas por parte de la sociedad, los medios y la crítica, además del circuito comercial, que años atrás no estaba interesado en publicarlas (Capote Díaz, 2021). Entre las nuevas voces de Latinoamérica destacan las argentinas Samantha Scheweblin y Mariana Enríquez; la chilena Paulina Flores, las colombianas Pilar Quintana y Sara Jaramillo, solo por dar algunos nombres. Muchas cosas han cambiado desde el boom, e incluso desde que Woolf planteó en Una habitación propia tres razones fundamentales para la exclusión de las mujeres del campo literario: La construcción social de la identidad femenina, las falencias en la educación de la mujer, y la invisibilidad y prejuicios que recaen sobre aquellas que se aventuran a escribir.  

América Latina y particularmente Colombia siguen siendo territorios fuertemente conservadores, donde la cultura patriarcal ostenta un gran poder. Sin embargo, la ola de movimientos feministas en el continente y el mundo, y la visión de las generaciones empieza a deconstruir el concepto de identidad femenina, que ha permitido que las nuevas escritoras se posicionen desde un lugar de enunciación diferente. En términos de formación académica, la nueva ola de escritoras ha podido acceder a espacios universitarios y educativos que les han permitido adquirir un perfil profesional, a diferencia de lo que sucede con las escritoras anteriores al boom o incluso de esos años. Aquí es importante hacer mención especial a todas las mujeres que invisibilizó el boom y las corrientes literarias anteriores, que fueron allanando camino para la generación actual de mujeres, que no aparece de la nada y sin previo aviso, sino que se debe a sus predecesoras que tuvieron que sortear el rechazo social e incluso familiar del que fueron víctimas al abandonar el rol de mujer que la sociedad había designado para ellas.  

 

A pesar del papel importante que ha tenido este nuevo grupo de mujeres en el continente, aún hay problemáticas de género arraigadas a la escena literaria. Por ejemplo, aunque ahora más mujeres están siendo publicadas, esto no quiere decir que hayan alcanzado posiciones semejantes en términos de visibilización y reconocimiento en comparación a la obra de sus colegas masculinos. Aún sus nombres no resuenan con tanta fuerza en los reconocimientos y premios literarios tanto de América Latina como mundiales, ni son tan abundantes sus nombres en los listados de escritores reconocidos o merecedores de reconocimiento, como Bogotá39 (Capote Díaz, 2021). Por último, se aborda la ambivalencia del mercado editorial y su papel en esta reivindicación de las mujeres: por un lado, han sido primordialmente las editoriales independientes latinoamericanas quienes han apostado por darle voz a las mujeres. Sin embargo, siguen existiendo muchos otros sellos y proyectos que se han aprovechado de la capitalización de problemáticas coyunturales, y han tomado, descaradamente las premisas de los movimientos sociales y políticos del continente con fines únicamente de marketing. Sobre esto se hace una crítica a la imagen fetichizada con la que se ha promocionado todo lo relacionado con la literatura femenina en algunas editoriales, exotizando la imagen de la mujer en muchas novelas en las que dicha carga simbólica no resulta apropiada o pertinente. 

 

Dicho todo lo anterior, es evidente la invisibilización de las mujeres en la literatura latinoamericana, que ha generado una brecha de género que se debe aminorar. La historia tiene una deuda con las escritoras del continente y su legado debe ser reivindicado. Todavía se identifican dificultades estructurales para lograr dicho objetivo. Respecto a las instituciones públicas, sobre las cuales recae en gran medida la responsabilidad de tomar acciones efectivas en esta dirección, se estudió la posición del Ministerio de Educación Nacional (MEN). Se encontró, por ejemplo, en la guía de estándares básicos de competencias ciudadanas, lenguaje, matemáticas y ciencias que en ninguna de las áreas del conocimiento desde las cuales se puede abordar la inclusión femenina, se hace alusión a la equidad de género. Es de esperarse que, desde la concepción de la estructura de los estándares básicos de competencias en lenguaje, ciencias sociales y naturales, y por supuesto en ciudadanía se adopte un enfoque de género, para por lo menos visibilizar esta problemática desde la educación escolar secundaria. Dentro de esta guía, en la concepción de ciudadanía se presenta al ciudadano como un ser social, amparado por los derechos humanos y se hace énfasis en “el derecho a no ser maltratado”. Esta última mención exige incluir lineamientos claros sobre un ejercicio ciudadano que promueva la equidad de género, recordando que la omisión de este va en contravía de los derechos humanos traídos a colación por quienes formularon dicha cartilla rectora. Por otro lado, se pueden destacar acciones positivas en lo referente a la competencia “pluralidad, identidad y valoración de las diferencias” donde se formula como objetivo principal “identificar y rechazar las diversas formas de discriminación en el entorno escolar y la comunidad” en el mismo sentido en que se propone “analizar críticamente las razones que pueden favorecer estas discriminaciones” ​(Ministerio de Educación Nacional, 2016).​ 

Una iniciativa que apunta en dirección a la visibilización del papel femenino en el panorama literario nacional, y merece ser destacada es: “La Biblioteca de escritoras colombianas”. Esta alianza público-privada entre el MinCultura y editoriales independientes busca la divulgación de 18 autoras en el periodo de tiempo entre La Colonia y finales de los años 50. El proyecto se enfoca en “leer el otro lado de la tradición literaria que nos perdimos porque nos fue negado” según palabras de su propia directora, la escritora contemporánea Pilar Quintana.

 

La misión de esta iniciativa trasciende el hecho de salvaguardar la producción literaria femenina para reclamar un espacio ganado a pulso, espacio que en la actualidad va ganando repercusión por la calidad y el grueso de escritoras femeninas que han surgido.  La biblioteca de escritoras colombianas cumple además un papel restaurativo al aspirar, a pesar del paso del tiempo, a catalogar las descatalogadas y publicar las borradas (Criterio, 2022). Considerando lo expuesto, se propone otra alternativa en esta misma línea de acciones restaurativas. La promoción, formación y acompañamiento para la producción literaria femenina debe ser un proyecto de carácter público que genere productos tangibles (materiales de lectura) y una formación continua de autoras que equipare el acceso al panorama literario colombiano. Existe una iniciativa similar, enfocada a la conservación de las lenguas y la cosmogonía de las comunidades denominada Territorios narrados. Esta iniciativa hace parte del Plan Nacional de Lectura, Escritura y Oralidad PNLEO. De forma similar debe contemplarse en el PNLEO un programa de mujeres autoras, pues se ha demostrado que la sociedad está preparada para este tipo de iniciativas, en el sentido en que la formación en literatura en el país ha producido más mujeres autoras en las últimas dos décadas (Ministerio de Educación Nacional, 2022).

 

Referencias bibliográficas

 

  • Capote Díaz, V. (2021). La literatura escrita por mujeres hoy: aproximación a su recepción y notas preliminares a un fenómeno incipiente. El caso de Colombia. Kamchatka. Revista de Análisis Cultural., 17, 453. https://doi.org/10.7203/KAM.17.18708 

 

 

 

 

  • Reyes A, S. G. (2015). La mujer y la novela: con una habitación propia, ¿por qué no han trascendido escritoras representativas del Boom Latinoamericano? Universidad Católica de Santiago de Guayaquil. 

 

  • Salvador, A. (1995). El otro boom de la narrativa hispanoamericana: Los relatos escritos por mujeres en la década de los ochenta (Vol. 41). http://www.jstor.org/stable/4530802

 

  • Waldman, G. (2016). Apuntes para una cartografía (parcial) de la literatura latinoamericana a lo largo de los últimos cincuenta años Del Boom a la nueva narrativa. Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, 226, 355–378. http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=42144001013