Escudo de la República de Colombia Escudo de la República de Colombia

Por: Maria Camila Echeverri Suescún. Estudiante de octavo semestre de Ciencia política de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín. Integrante del semillero de Gestión y Políticas Públicas territoriales de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas. Feminista. Nivel P1 en Krav Maga 

 

Desde que era pequeña mis papás siempre me dijeron que era muy “rebelde” y llevada de mi parecer, quizás por ello me identifiqué bastante con el texto titulado: Respondona escrito por bell hooks (2022). Al igual que ella encontré en la escritura una forma de decir las cosas que no podía decir en voz alta por miedo a lo que podría perder. Sin embargo, hubo una época en mi vida en la que tuve que enfrentarme a lo que ella mencionaba en su texto: la pérdida y el dolor que conlleva fragmentar la vida de una y encontrarla en pedacitos que ya no vuelven a encajar. Encontré el feminismo, pero perdí amigos, familia e incluso partes de mí misma que a veces extraño. Pero el feminismo nunca me ha dejado sola, eso no lo puedo negar. Encontré refugio en los colectivos feministas de la Universidad, en los libros de diversas autoras, en las marchas del 8M y en las pañoletas moradas y verdes. 

Como mencioné anteriormente, encontré refugio en la escritura, no en la académica o formalizada sino en la que describe hooks (2022), la que es en modo de conversación (principalmente conmigo misma) y en la que lo personal se vuelve más protagonista que la formación profesional. En la escritura encontré un lugar al que aferrarme, imperfecto y lleno de errores, pero que finalmente era un lugar mío, libre y seguro, que me reencontraba con la voz rebelde que había guardado para no incomodar. Es por ello que en este escrito me atrevo como hooks (2022) a intentar que mi experiencia personal y mi propia voz se vuelvan una crítica feminista, pues en los malos tiempos aparte del feminismo y la escritura también encontré refugio en el deporte. 

      

El deporte y yo siempre hemos tenido una relación complicada: practiqué muchos, pero siempre terminaba dejándolos e incluso odiaba la clase de educación física porque me hacía sentir como el centro de burlas de la clase. Y es que, nuestra socialización como mujeres en algunos colegios mixtos es sumamente complicada: hacemos de todo por gustarle a los muchachos y ellos se dedican a criticar nuestros cuerpos y compararnos entre nosotras. Por mucho tiempo me sentí mal con mi cuerpo y cuando vi que hacer ejercicio no lo cambiaba, comencé a odiar el deporte. El cuerpo es ese primer espacio donde se reflejan muchas violencias, comenzando por la violencia machista (Geoactivismo, 2017) y no fui ajena a eso. 

Desde muy niñas nos dicen cómo debe lucir nuestro cuerpo, cómo mejorarlo, cómo cambiarlo, qué nos sobra y qué nos falta, qué nos luce y qué no pero cómo yo siempre fui una niña “rebelde” y “respondona” nunca me dejé decir nada: no me gustaba usar faldas, no encajaba en el estereotipo de ser “femenina” y hacía todo lo que se supone solo hacían los niños, como practicar fútbol y “jugar brusco”. 

 

Desde pequeña aprendí que el mundo me era hostil por mi condición de mujer: desde el señor de la construcción que me acosaba teniendo sólo 12 años hasta los “amigos” que intentaban sobrepasarse en las fiestas, por lo que siempre quise aprender algún arte marcial o simplemente aprender a defenderme, pero mi papá nunca me dejó, me decía: “no, eso le pone el cuerpo feo, eso es para los hombres, eso no me gusta”. Así que cómo siempre llevo la contraria, cuando me fui de su casa teniendo 17 años lo primero que hice fue buscar un lugar dónde aprender lo que siempre había querido y lo encontré. 

Llegué a Krav Maga en febrero de 2020. Krav Maga es un sistema de defensa personal que nace en Israel en el siglo XX y llega a Colombia hace aproximadamente 26 años impulsado por Héctor Gonzalo Ulloa (mi entrenador y director general de Krav Maga Global-Colombia), quién luego en el 2009 instauró formalmente la escuela de KMG en el país . Desde aquel febrero he sido muy feliz en mi deporte, ya casi cumplo tres años e incluso ya tengo mi primer nivel certificado, pero mi amor y disfrute por ese pequeño tatami y lo que aprendo en él no me ha segado frente a todas las desventajas que tenemos las mujeres en los escenarios deportivos y en la vida. En Krav Maga he encontrado un refugio para mi salud mental pero también me ha permitido hacer diversos análisis sobre nosotras las mujeres en el deporte, sobre todo en los que son considerados “masculinos”, sobre los espacios que no son seguros para nosotras y sobre cómo - al contrario de lo que una querría creer - hay muchos hombres que todavía piensan con cabezas del siglo XV. Los espacios y escenarios deportivos son de muy difícil acceso para nosotras pues “las que evitan esos espacios no están siendo irracionales, porque hay muchas historias de hostilidad por parte de los hombres cuando las mujeres se aventuran a entrar en espacios compartidos que son supuestamente neutros” (Criado, 2019, p. 76), no muchas se mantienen y sobre todo, no muchas avanzan: el techo de cristal, las tuberías con fugas o el piso pegajoso no sólo aplican para oficinas de cuatro paredes sino también para coliseos y unidades deportivas. 

 

Comencemos por lo más básico, con el Krav Maga me he dado cuenta de que por simple biología los hombres tienen más fuerza que nosotras y aunque he aprendido diversas técnicas para salvaguardar mi integridad, con mis compañeros he entendido el miedo que se siente el enfrentarse a alguien del doble de tu tamaño y peso, nunca es una pelea justa y seguramente nunca será una pelea en la que nosotras salgamos ganando, o en el peor de los casos, vivas. También he notado que mis compañeros hombres entrenan más por miedo a un atraco o riña, ese es su peor miedo e incluso nunca falta la común dinámica entre hombres sobre demostrar quién es el macho alfa “es que yo no me voy a dejar robar nada”. Para nosotras las mujeres es diferente, el atraco es lo de menos porque nosotras no tendríamos problema en entregar cualquier objeto, para nosotras el peligro es otro, es una violación o que alguien de nuestro círculo cercano nos violente. Por y para eso entrenamos.

 

El espacio en el que realizamos el entrenamiento también lo he mirado con gafas moradas: en el coliseo de combate hay muchos más instructores hombres que mujeres, incluso en KMG solo tenemos una: Gian Paola Arroyave (Directora Administrativa, Instructora Civil e Instructora de Mujeres y Niños), quién es la única mujer instructora certificada en toda Colombia. Tampoco suelen haber muchas mujeres entrenando este tipo de deportes de combate o sistemas de defensa personal, sólo tengo 5 compañeras estables que son pocas en comparación de los hombres que entrenan, aunque el panorama ha mejorado en comparación a años atrás. También me he dado cuenta que los temas de saneamiento de los baños no los manejan con perspectiva de género pues no hay una adecuada diferenciación para los baños femeninos en términos de higiene básica y salud menstrual, además de que ciertamente el equipo de arquitectos e ingenieros que construyeron los baños no pensaron que hacerlos con una pared llena de huecos representaba un peligro para nosotras, por lo que tocó poner una carpa o plástico grande que tape la pared. 

 

Adicionalmente, un análisis que he realizado es que al momento de entrenar mis compañeros se sienten naturalmente en total libertad de moverse más ampliamente por todo el tatami y jugar muy brusco cuando están entre ellos, mientras que cuando estamos nosotras juntas somos más cuidadosas de no movernos tanto, no aporrear a otros compañeros por error y ser más delicadas en los aspectos técnicos, lo que corresponde a la socialización y crianza que tenemos las mujeres desde niñas: nos han educado para no hacernos notar y no ocupar mucho espacio, básicamente, ser invisibles. 

 

Cómo todo hay que decirlo, el Krav Maga no es un deporte feminista cómo lo podría ser el wen-do , desconozco si desde su creación se pensó con un enfoque hacía el cuerpo femenino y sus capacidades particulares, pero si se realizan seminarios enfocados en la defensa femenina y mi entrenadora da clases personalizadas para mujeres, pues bien, aunque las técnicas no varían dependiendo de si es hombre o mujer si hay ciertas defensas que nos convienen más a nosotras practicar como por ejemplo las técnicas de piso para cuando alguien te quiere someter en el suelo, porque sí, hay situaciones por las cuáles los hombres tienen menos probabilidades de pasar que nosotras. Tengo que agradecer que, si bien existen diferencias de fuerzas, con el Krav Maga he aprendido que no hay técnica que no le pueda hacer a un hombre que pese el triple mío. No puedo negar que si hay una masculinización del cuerpo femenino: recibimos golpes incluso en partes delicadas como el pecho y entrenamos igual aun cuando tenemos la menstruación pero esto responde a que en la calle así mismo seremos tratadas ante una situación de peligro y es por ello que mis entrenadores siempre nos han animado a no sentirnos “inferiores” por tener menos fuerza física o por ser más pequeñas, siempre entrenamos de forma mixta pues las técnicas van desde lo físico hasta lo técnico y lo táctico y mis compañeros siempre han tenido disposición de más para no tratarnos más delicadamente, lo que nos genera más confianza a nosotras.

 

“De forma paulatina se ha abierto espacios para los deportes que usualmente realizan los hombres, ya que si bien existe una diferencia biológica entre los sexos se reconoce que las habilidades sobre la práctica de un deporte requieren de constante entrenamiento y disciplina, erradicando el estigma de que las mujeres son inferiores que los hombres y por ello sus acciones tienen que enfocarse en ser sencillas y que no impliquen fuerza” (Ruiz, 2020, p.6)

No deja de ser importante mencionar que en los espacios deportivos hay muchísimas situaciones de acoso y abuso sexual, afortunadamente no ha sido mi caso pero no por ello dejo de criticar el hecho de que los escenarios deportivos siguen siendo espacios muy cerrados a los asuntos de género, pues si bien, desde el año pasado ya hay un Protocolo para la prevención, atención y erradicación de las violencias basadas en género en el deporte, la recreación, la actividad física y el aprovechamiento del tiempo libre desarrollado por el Ministerio del Deporte en Colombia, no he visto en los coliseos que frecuento promoción y/o visibilización  alguna sobre este y mucho menos, sobre la ruta para denunciar las VBG que suceden allí, así como tampoco existen espacios o campañas sobre cómo abordar tales casos y cómo evitar la discriminación de las mujeres en el deporte. Nuestras vivencias siguen siendo un tabú negado, ocultado y puesto aparte en los clubes, canchas, tatamis, coliseos, piscinas, mallas…etc. 

 

Es importante lograr una articulación interinstitucional con actores públicos y privados que hacen parte del mundo del deporte para la prevención y atención de VBG no sólo dentro de los espacios deportivos que frecuentamos sino desde que salimos de casa y somos acosadas por la ropa deportiva que llevamos puesta. Es también menester el compromiso de estos actores para la recolección de datos, pues el Protocolo mencionado presenta muy pocos casos reportados que puede deberse  a la falta de promoción de la ruta de atención, al silencio de las mujeres por miedo a denunciar y ser re-victimizadas o rechazadas de volver a participar en estos espacios o por el desconocimiento de lo que es un acoso o un abuso sexual; son estos datos los que permiten acercarnos, alarmarnos y  visibilizar sobre la realidad femenina en el deporte e implementar las acciones jurídicas, políticas y culturales más adecuadas para que las mujeres podamos ejercitarnos de una manera equitativa y segura, pues como lo menciona Criado (2019) la brecha de datos de género configura el conocimiento masculino como universal lo que se torna peligroso pues las experiencias femeninas son invisibilizadas, acalladas e incluso negadas quitándonos la oportunidad de alzar la voz, de reconocer las vivencias que nos atraviesan y de cerrar las brechas que nos toman a nosotras como una desviación y no cómo el estándar. 

 

Finalmente, el deporte es un espacio que anteriormente no era abierto a nosotras las mujeres, era prohibido y todavía hay mucha segregación respecto a los deportes que deberíamos practicar nosotras y cuáles no, sobre qué deportes son femeninos y cuáles masculinos. Amo el deporte que práctico y omito los comentarios que no me aportan o que me juzgan por haber elegido un deporte de contacto en el que supuestamente las mujeres no deberíamos estar pues “la presencia de las mujeres en los deportes de combates lleva implícito la existencia de prejuicios determinados por un imperante régimen patriarcal en nuestra sociedad” (Quintana, 2013). Amo lo que hago y amo sentirme fuerte, aun así, reconozco que mi deporte cómo los demás deportes de combate o los demás deportes que se encuentran en el coliseo no está exentos de dinámicas patriarcales y machistas y que todavía falta muchísimo no sólo para que este sea un espacio cómodo para nosotras sino también para que la calle y las casas lo sean, pues bien, aunque llevo tres años allí eso no me asegura que el día de mañana yo sepa que hacer si algún extraño - o conocido- me acosa, o si tuviera que enfrentar una situación extrema que es el diario vivir para nosotras pues aunque quisiera, no estaría segura si a cada hombre que me grita algo en la calle le doy uno de los tantos puños y golpes que he aprendido. 

 

Dentro del Krav Maga he aprendido de disciplina, paciencia, análisis y control, pero me ha acercado mucho más a las realidades de miles de mujeres que salimos a la calle y que tenemos miedo. Saber dar unos cuantos golpes no me quita el miedo, pero entiendo que podría darme un chance más que muchas otras mujeres no tienen y que, por ello, incluso entrenando, no me quito nunca las gafas moradas, por ellas y por mí. Aunque esto va más allá de mi experiencia, pues finalmente son las instituciones públicas y las instituciones deportivas las que deben hacer un gran esfuerzo no sólo por diseñar e implementar políticas públicas que nos protejan en estos espacios sino también por promover y concientizar sobre estos temas que siguen siendo ignorados y acallados de puertas para adentro. 

 

Referencias bibliográficas

 

  • Criado, C. (2019). La Mujer Invisible: Descubre cómo los datos configuran un mundo hecho por y para los hombres. Editor digital: Titivillus. 

 

 

  • Ruiz Rodríguez, J. F. (2020). Violencia de género: deportes de combate. Documentos de Trabajo Areandina (2). Fundación Universitaria del Área Andina. https://doi.org/10.33132/26654644.2006