Escudo de la República de Colombia

Relato etnográfico de la primera salida de campo. Tras el ritual de refrescamiento que ofició don Romilio en la casa grande y el desayuno que repartió la gobernadora Gladys en el taller de artesanías, se abrió un espacio de socialización que aproveché para acercarme a algunas artesanas que estaban mostrando y vendiendo sus trabajos...

 

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Mientras curioseaba las muestras, noté que en la orilla del río había una mujer lavando ropa sobre un potrillo, escena que me resultó magnética. Me había propuesto aventurarme en una de esas embarcaciones porque mi mamá, en sus relatos de infancia, cuenta que esa embarcación fue su medio para moverse por los cauces del río Chagüí en otrora, y según ella “saber bogar es algo que se lleva en la sangre”. Con ganas de probar esta teoría recurrí a la audacia de mi carácter y me dirigí hacía aquella lavandera. Se trataba de una mujer de tez cobriza y figura redonda que se hallaba sumergida en el río desde la cadera hasta los pies a una distancia tal vez de dos metros de la orilla, además tenía su potrillo flotando amarrado de un extremo a un palo que lo sujetaba para que la corriente no se lo llevara y dentro de la embarcación habían aproximadamente 5 prendas enjabonadas que restriegaba con un cepillo algo desgastado.

 

Cuando estuve cerca la saludé. Sin embargo noté con un poco de asombro, que frunció el ceño, endureció los gestos de su rostro y no respondió a mi saludo. Su actitud evasiva evidenció que mi presencia le causaba malestar. A pesar de esto insistí en hablar con ella y aunque la interacción resultó algo torpe pude enterarme que el nombre de mi interlocutora era Delia. Por lo visto era una mujer perteneciente a familia de pescadores porque dentro de la bandeja de ropa enjuagada había una malla de pescar. 

 

No me quería dar por vencida ante la negativa de Delia, así que le manifesté respetuosamente, y sin rodeos, mi deseo de bogar en su potrillo, cuando le hice esta solicitud ella me miró silenciosamente a la cara por unos segundos y luego de arriba abajo como si buscara algo… para luego desocupar su potrillo, y sin mediar palabra alguna me lo cedió. Pregunté por la madera en la que estaba construido y me contestó de manera parca que era chimbuza. Me sentí muy emocionada por tener a mi disposición aquel vehículo, así que lo acerqué a la orilla y me embarqué tratando de observar el comportamiento de la corriente y la orientación que tenía el agua para trazar cuál sería la trayectoria de mi pequeño recorrido. De repente una sensación extraña y súbita me petrificó: sentí tanto miedo de realizar cualquier maniobra en aquella embarcación que desistí de la idea inmediatamente, pero me quedé ahí sentada en silencio algo consternada tal vez por un minuto y medio.

 

 Desde que había terminado de enjuagar las cinco prendas que le faltaban, Delia se había entregado a nadar en el río como si fuese un pez. Me observó inmóvil en el vehículo, y se aproximó a la orilla para decirme: “los potrillos son bichos celosos que no cualquiera los maneja”. Por la experiencia sensitiva tan de repente que me había sobrellevado corroboré la veracidad de sus palabras, y entendí que no sería ese mi momento de surcar por el río, así que se lo entregué y le pedí disculpas por las molestias. 

 

Delia y su familia no participaron de nuestras reuniones, pero la interacción con ella -que ahora la juzgo invasiva de mi parte- me permite reflexionar sobre el papel de las y los investigadores cuando llegan a un lugar que apenas conocen. Al respecto es válido señalar que la adscripción que tenemos con entidades académicas hace que materialicemos en el territorio unas relaciones de poder asimétricas, es decir estudiados y foráneos por encima de las personas de la localidad. Por ende es importante en el quehacer de la investigación no acentuar las desigualdades, y para ello no basta sólo con ser bien intencionados. Por el contrario se requiere ser críticos, sensibles y autoreflexivos para avanzar en la construcción de relaciones con mayor grado de confianza y sano balance.

 

Autora

Por Steph P. Ocampo. Estudiante de antropología de la  Universidad del Cauca. 

03 de mayo 2022